LA PLAZA DE SAN PEDRO EL DÍA DE LA BEATIFICACIÓN |
nuevo beato; pero la ceremonia debió celebrarse al aire libre, ante la
basílica, dada la inmensa multitud.
Traslado de la urna con el cuerpo de San Pío X a la Iglesia
En la mañana del 3 de junio de 1951, tras del canto de la Letanía de Santos,
Pío X fue solemnemente proclamado beato. Leído el decreto y descubierto
su sagrado cuerpo en la urna colocada ante el altar de Confesión, y cayó el velo
de su imagen en la gloria del Bernini.
PÍO XII VENERA A SU PREDECESOR.
El Papa se arrodilla ante la urna colocada sobre el altar
erigido ante la basílica. Después, vuelto al pueblo inmenso
pronunció un discurso panegírico del beato.
En la mañana del 3 de junio de 1951, bajo las bóvedas imponentes del Templo consagrado el primer Vicario de Cristo, fulgurante de luz y estremecidas por cantos, el Papa que se había sentado en el trono más excelso de la tierra, ceñido con la triple corona de la humildad, la fortaleza y la pobreza, subía hasta los primeros honores de los altares de Dios. Por la tarde, el Sumo Pontífice Pío XII, desde lo alto de la escalinata de la Basílica, rodeado por el esplendor de la púrpura de Eminentísimos Príncipes de la Iglesia y de la impresionante multitud de más de doscientos Pastores, ante el cadáver intacto del Santo, en presenca de una espectacular muchedumbre que había acudido de todas las latitudes y de todos los climas, con voz de gloria,anunciaba al mundo católico el advenimiento faustísimo de la Beatificación del grande y Santo Papa, al cual él mismo había servido en su juventud sacerdotal, tan cargada de promesas.
Con toda la belleza de su mente preclara y con todo el fervor de un amor hondo, anunciaba :
"Ahora que el más minucioso examen ha escrutado a fondo todos los actos y las vicisitudes de su Pontificado, ahora que se conocen las consecuencias de esos acontecimientos, ya no es posible ninguna duda, ninguna reserva,. Y se debe reconocer que incluso en las épocas más difíciles, más duras, más cargadas de responsabilidad, Pío X, asistido por el alma grande de su fidelísimo Secretario de Estado, el Cardenal Merry del Val, dio prueba de la prudencia iluminada, que nunca falta en los Santos, incluso cuando en sus aplicaciones se encuentre en oposición, dolorosa pero inevitable, con los engañosos postulados de la prudencia humana y meramente terrena.
"Una hora de gloria pasa sobre nosotros en este atardecer luminoso. Es una gloria que alcanza muy de cerca al Pontífice Romano, gloria que irradia por la Iglesia entera, gloria que rodea aquí cerca la tumba del
humilde hijo del pueblo, que Dios ha elegido, ha enriquecido, ha exaltado.
"Pero sobre todo, es gloria de Dios, porque en Pío X se revela el misterio de la sabia y benigna Providencia, que asiste a la Iglesia y, a través de ella al mundo, en todo momento de la historia."
" Su cuerpo vestido de pontifical, extendido sobre el altar se levantó al aire libre ante la Basílica de la catolicidad, fue venerado por la Iglesia universal representada por el Papa, los cardenales, los obispos y los fieles. Entre los brazos que la columnata berniniana tiende a toda la humanidad, la plaza se transformó en una inmensa iglesia, y la Eucarístía, el rostro velado de Cristo, apareció en ella, trascendiendo lo terrestre.
En la tarde primaveral volaban bajas las golondrinas. Sobre ellas se elevaba majestuoso el tañido potente de las campanas de San Pedro llamando a fiesta.
Gerardo Magella, José Oriol, Clemente Hofbauer- y muchos Beatos :
entre ellos Juana de Arco, Gabriel de la Dolorosa, Juan B.Vanney,
Juan Eudes, Magdalena Sofía Barat- sonrieron desde
la Gloria del Bernini
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